viernes, 27 de mayo de 2011

Fin del mundo

De nuevo fallaron las predicciones que anunciaban el fin del mundo: ni multimillonarios ociosos, como en este caso, ni augures de pacotilla, ni siquiera intérpretes de textos o iconos abstrusos legados por profetas muy reconocidos o por civilizaciones misteriosas, que por esta circunstancia, ser misteriosas, adquieren mayor credibilidad, han acertado en sus vaticinios. O a lo mejor sí, tal vez hemos muerto ya todos y no nos hemos enterado, porque si existen universos paralelos podrían existir también ramas divergentes del tiempo, como si este se ramificara al igual que hacen los árboles al crecer. Esto se traduciría en que ya somos todos cadáveres en una de esas ramas, pero, imitando a pajarillos traviesos, supimos saltar a otra abandonando nuestros despojos en aquella línea temporal que sufrió la hecatombe responsable del fin del mundo, al menos de ese mundo cuyas cenizas se habrán desvanecido en un espacio y un tiempo que ya nunca visitaremos. No hay mal que cien años dure, desde la perspectiva de la historia de un individuo, siempre y cuando no se sea muy longevo, pero las situaciones se repiten para los que heredan o no abandonan esa rama de la realidad en donde el fin del mundo no llega nunca. Sin ir más lejos, podemos citar nuevos terremotos destructivos, otro volcán en Islandia amenazando el espacio aéreo, más balconing al acercarse el verano. Lo del balconing se las trae teniendo en cuenta que la solución ideada por los hoteleros de las Baleares, para remediar tan peligrosa práctica, consiste en alojar a los sospechosos en primeras plantas con vistas a las piscinas al objeto de disminuir el riesgo de cráneos destrozados por culpa de la distancia a la diana. Por lo visto a nadie se le ocurrido pensar en el “efecto llamada” que supone la decisión de ponérselo más fácil a dichos descerebrados (algunos lo serán literalmente). Parecía más lógico alojar a estos adictos al alcohol, al cannabis, a las anfetaminas y al riesgo, en habitaciones sin vistas a ninguna piscina para evitar la tentación. Porque una cosa es zambullirse en el agua en plan bomba y otra suicidarse dejándose los sesos sobre un suelo de cerámica, una fuente mármol o un cántaro de diseño. Digo yo, porque los muy animales a lo mejor ya saben que se puede saltar en el último momento, como pajarillos traviesos, a otra rama temporal dejando la carcasa anterior, a modo de camisa de serpiente desechada, en un patio de un hotel de Ibiza. Sus padres, atrapados en la anterior rama del tiempo, que se jodan, por ignorantes: que aprendan a saltar como pajarillos hasta un hotel de otro universo. Porque me da la impresión de que, sea el universo que sea, no hay hoteles gratis.

No hay comentarios: