domingo, 13 de mayo de 2012

The end of species by means of artificial selection

No cabe duda de que las propias acciones de los seres humanos influyen en la evolución no solo cultural, económica o demográfica de los habitantes del planeta, sino también en la referente a las transformaciones biológicas de las especies: así, a través de esta selección, digamos artificial, hemos obtenido multitud de razas de perros, ovejas con mejor lana, vacas que dan más leche, rosas con pétalos de colores que no existen en sus hermanas silvestres o espigas con mayor número de semillas en cereales más resistentes a las plagas, por poner solo unos ejemplos. Esta selección artificial se está acelerando gracias a técnicas de ingeniería genética, que en siglos anteriores eran inimaginables, lo que nos lleva a una pregunta que la mayoría se habrá hecho: ¿semejante moda, incluso obsesión, terminará afectando a las personas y, si es el caso, en qué sentido? Según el doctor Martin Müller, especialista en bioquímica y genética aplicada al deporte, la selección artificial en los seres humanos será una realidad a finales del XXI o principios del XXII. El modelo de individuo que se tome para producir los futuros representantes de nuestra especie provendrá del mundo del deporte, según opina el Dr. Müller en su artículo The end of species by means artificial selection, pues en la actualidad casi todos tenemos un deportista al que admirar, que se convierte en un auténtico ídolo en muchos casos. Habrá entonces que decidirse: la estatura de un jugador de baloncesto, la fuerza del profesional de la halterofilia, la velocidad de un atleta de cien metros lisos, la puntería del campeón olímpico, medalla de oro en alguna modalidad de tiro, o, por qué no, la inteligencia de un ajedrecista famoso. ¿Optaremos por uno o por varios modelos, dando lugar a otras tantas castas genéticas? Pretender lograr un superhombre o una supermujer que lo reúna todo parece ambicioso en exceso. Quizá una de las castas se imponga finalmente a las restantes: el jugador de baloncesto de 2 metros 30 o el ajedrecista capaz de anticipar 18 movimientos sin cometer errores… O un campeón de lucha libre americana, como el que vi el otro día en la tele, lucha más falsa que los euros de diez dracmas, más bien un espectáculo circense. Si uno contempla a estos representantes de la humanidad, su aspecto físico, las cosas que dicen, su tono de voz, la conclusión no puede ser más aterradora. Los luchadores dominando el planeta, sin futbolistas, ni pívots de 2 metros 30, ni ajedrecistas capaces de derrotar al ordenador más potente. En ese horizonte se divisa el fin de nuestra especie y, de paso, la extinción de las otras que existen en el mundo, porque no ignoramos como influyen nuestras acciones en el entorno. Aterradora esa visión del futuro: especímenes de la lucha libre americana en la cúspide de la evolución, con esa anatomía que solo unos privilegiados pueden exhibir, y esos discursos floridos que hubieran dejado perplejo al mismísimo Darwin, y, sobre todo, esos atuendos de superhéroe incluso más ridículos que los que vestían Batman y Robin. Le suplico, Dr. Müller, que haga algo para evitar que se materialice semejante futuro. Haga algo pronto, y no me diga que es un incondicional del wrestling, por favor.