Poemas de "Visiones de crisálida"

SAN VALENTÍN


Yo no regalo rosas. Sé que las rosas pueden
disfrazar sentimientos, eludir las palabras
valer una sonrisa pocas veces auténtica
arrancar un te quiero, o el no definitivo.
Dicen que hay joyerías sin ánimo de lucro
que ofrecen el cariño muy bien cristalizado,
si eso es la garantía de la fidelidad
los diamantes resultan, desde luego, baratos,
pero he visto subastas de diademas malditas
que encerraban traiciones, amarguras y muerte,
con ellas se extinguieron algunas dinastías
y otras aún aguardan. Mientras pujan, ¿ignoran
el coste que supone su perdición final?
Si me piden que crea yo no estoy muy dispuesto,
nunca porté banderas ni llevé escapularios,
por no seguir, a veces, no me sigo a mí mismo
y me cuesta aceptar que el amor se presente
con código de barras. Confesaré no obstante
que no parezco raro, o al menos no tan raro
como piensa ese mimo fantasmal de mi espejo:
permanece la alianza en mi dedo anular
de la mano derecha, la misma que acaricia
la misma que no escribe nunca cartas de amor.

Ella es tenaz y alegre, aunque con llanto fácil,
claro que últimamente lo tenemos los dos,
y sufre cuando sufro, me anima si decaigo,
nos contamos los planes, confidencias y chistes.
A sus ojos azules me asomo día a día
y diviso, apacible, el cercano horizonte
de su alma que me espera como entrañable océano
donde bogar en calma con rumbo hacia el ahora
olvidando el futuro que acecha imprevisible.
Pero hoy tengo su voz, su aliento, su entusiasmo,
no es capaz mi tristeza de abarcarnos si juntos
recreamos la vida, el mundo, el universo
ese pequeño cosmos, digamos, de bolsillo
para ir a todas partes contando con su luz.
Yo no regalo flores, pero pido disculpas
por no saber decir de otro modo las cosas
y utilizar palabras, fugaces, intangibles,
cuando le hablo al oído, y siento condensarse
el amor como un néctar sin pistilos ni cáliz
sin pétalos que enturbien su desnudez sublime
simplificando el mundo para quedar nosotros
cómplices en la vida, cómplices en un sueño
que compartimos siempre desde la madrugada.





SIEMPRE


Sarampiones de herrumbre se incuban en las rejas,
sangre de amaneceres que escupen el rocío.
Hoy dos lechuzas vuelan en silencio absoluto,
fragmentos de una nube cayendo en los tejados
mientras me acerco, solo, al borde del balcón.
Un breve escalofrío recorre el universo,
una aguda conciencia de soledad total
que me cubre un instante con sus copos de hollín.
Repica una campana, habrá una mano entonces
y un brazo, y una boca, y un corazón latiendo
y un futuro posible brillándole en el alma
orientando sus sueños como estrella polar.
Se rompió el maleficio de las calles vacías,
sombras en negativo anuncian ya la luz
revelando paredes, campanarios, portales.
Una silla de ruedas inaugura calzadas,
pedales en las manos, ¿cupones en el pecho?,
aliento convertido en niebla matinal,
¿adónde irá tan pronto?, ¿quién le espera a las siete?,
él y yo convencidos de poseer el mundo
de poseer el alba por toda la ciudad,
amos del primer tiempo, de los primeros rayos
que repite la historia, que repite un Big Bang
día a día añadiendo alguna variación.
El cristal me refleja y apenas me sorprendo
tras mis ojos se apagan de pronto las farolas
se mueve una veleta, despiertan golondrinas,
permanece la luna, tan pálida, tan tenue
como una gran oblea que el sol no deglutiese.
Con la nueva mañana la paz se desmorona,
las aceras se pueblan con pasos aprendidos,
ya se abren las ventanas, se peinan los cabellos,
se descubren ojeras antes del desayuno,
el alcorque recibe la visita puntual
del perro cotidiano que orina como siempre
y apenas perceptibles crecen los sarampiones,
sarampiones de herrumbre, marcando ya las rejas
con sus lunares rojos mientras conquista el martes
balcones, escaleras, saludos automáticos
y llantos infantiles que despiertan las plazas
en donde todo nace cuando al fin descubrimos
el reloj de una torre parado para siempre.