Poemas del libro Amnesia

                  1

Si fui feliz de niño
lo sabrá un caballito de cartón
un gato que brillaba en el crepúsculo
una armónica grande de hojalata
o los ojos sinceros
de mis hermanos
contándome la vida entre dos cuentos.
 
Si fui feliz de niño
no parece un asunto de importancia
como el aire encerrado en un colegio
o la inscripción latina de una piedra.
Hubo plazas enormes que encogieron,
catedrales que ya tienen alturas
que hasta yo alcanzaría
en el vuelo de un ángel.

Si fui feliz de niño
no lo recuerdo bien
demasiada hojarasca de noviembres
y demasiados julios                                                                                 
con arenas, polillas y canciones
se han ido interponiendo
entre aquel que soñaba
y este que ya no sueña
pero que se resiste a los avances
del vacío que intenta hacer memoria
evocándote nada
como si nunca hubieras existido.
Y si uno no se da por enterado
puede seguir viviendo igual que un niño
aunque fuera infeliz mientras crecía
algo que no recuerdo bien del todo.


                  15

Olvidé tantas cosas en mi vida
que me siento arruinado para siempre
como si el olvidar fuera perder
porciones de un tesoro que no tuve
que no pienso buscar aunque recuerde
un anhelo infantil
que ya no ambicionaba
porque es mala costumbre arrepentirse
de la resignación a las ausencias.

Y sin embargo soy consciente
de lo que no perdí:
un tren, el álbum con retratos
de un niño, de mi niño, que reía
con todo el universo ante sus ojos
ni la luz que brillaba en mi mujer
reflejada en las olas de un agosto
ni la lluvia de octubre
cuando salía sin paraguas
ni el silencio a las cinco de la noche
creyéndome extraviado en algún sueño                                                  
al borde de la vida y de la muerte
donde ya las fronteras se hacen lágrimas.

El insomnio estimula la memoria
si es que existe memoria de unos años
convertidos en humo que no asciende
por esas madrugadas infinitas
hermanando satélites y estrellas.
Ya no perdonaré a los Reyes Magos
ni a Ulises ni a Simbad ni a don Quijote
su invitación al sueño, a ese sueño
que no deja dormir
que no me da la paz en blanco y negro
a la hora de un semáforo amarillo
tan solo intermitente hasta las seis
a la hora de una nube que te engaña
con sombras de dragón en los cristales.

Y sin embargo soy consciente
de lo que no soñé:
un planeta sin seres que soñaran
exilios en la noche como planes
para recuperar sus mediodías.
No me perdonaré ya las verdades.


                  22

Mi hermano me enseñó papiroflexia
con pajaritas, barcos y dos clases
de aviones de papel.
Nunca salté a la comba con mi hermana
pero aprendí a comer
en diminutos platos de juguete
y a domar a una fiera de peluche.
Tuve un bastón de caramelo
con el que pude hacer cuatro transbordos
en jornadas de tren, en estaciones
oscuras como tos de carbonilla
donde selló mi padre un kilométrico
para viajar a un túnel sin salida.

Por mi cuenta también aprendí cosas
a leer unos versos, demostrar un teorema
enfrentarme al amor desamparado
sin más armas que un sueño y la sonrisa
y ese miedo al rechazo que es exilio
como aquellos transbordos en la noche
camino a nunca, nada, nadie, yo.                                                            

Mi madre remendó unos pantalones
que a mí no me importaban
pero jamás me supo tejer un nido propio
ni una piel que abrazase mis miserias
para resucitarme, para luz
estallando a lo lejos en el túnel
hacia la oscuridad sin horizonte
que nos garantizaba un kilométrico
con infinitos gratis.

La amnesia no permite
restaurar una sombra
restaurar una vida con botones perdidos
en el vagón de un tren sin equipajes
sin calor, sin un pájaro
que nos quisiera perseguir
detrás de ventanillas empañadas
como si nos sobrasen
unas migas de pan en el destierro.

Mi hermano me enseñó papiroflexia
con mi hermana jamás salté a la comba
y, solo, estuve a punto de completar un túnel.

No hay comentarios: